¡Habla!
¡HABLA!
El artista
es más que una película; es una cátedra magistral de la historia del cine
norteamericano. George Valentine, el artista, rindiendo un homenaje también
silente al mítico director, actor, y productor Douglas Fairbanks, declara su
resistencia a la llegada del cine sonoro que transformó todos los parámetros
del cine silente, de forma parecida a como el gran ilusionista George Meliés,
Charlie Chaplin, o tantos artistas del Slapstick lo hicieron en su momento.
Valentine, se resiste a hablar. Para
él la belleza del cine reside en su expresión y no en el artilugio sonoro; ser
verdadero artista. “Esto es el futuro”. “La gente pide carne fresca”. Declarar
batalla a una industria que transfigura la condición del arte se queda en una
afrenta solitaria en la que tan solo prevalece el orgullo. Los espectadores tan
solo son consumidores de las almas de los artistas que se presentan en la
pantalla, a quienes pueden desechar en su constante reciclaje de emociones. Meliés
quien prácticamente inventó el cine argumental y fue un verdadero demiurgo de
la imagen, termina sus días vendiendo golosinas en una estación de tren. ¿Habrá
querido Chaplin encarnando un gran dictador inventar un idioma de jerigonzas
para no dejar de dar la pelea?
Cine dentro del cine, juegos de
sincronización entre imagen y sonido, cada plano llevado a un nivel máximo de
expresión a partir de la composición y la expresión semiótica, actuaciones que deleitan,
hasta las no humanas, pues el personaje del perro es tan magistral como el
simio de Buster Keaton en el camarógrafo,
reflexiones sobre el orgullo como cualidad inherente a muchos artistas, gags,
momentos trágicos, intertítulos incisivos, hacen del artista, a mi humilde
parecer, una obra perfecta que aparte de ser una cátedra magistral de la
historia del cine, un digno homenaje al cine mismo y al arte.
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